
La estimulación magnética transcraneal (EMT) es un nuevo tratamiento que podría ayudar a pacientes con TDAH; pero su validación clínica está aún lejos de concretarse.
SOÑADORA y distraída, Meital Guetta pasó muchas dificultades cuando cursaba la preparatoria en la pequeña población de Shoham, Israel. Su mente divagaba hacia la decoración de interiores, la ropa, los planes para la cena: cualquier cosa menos el trabajo académico. “Los maestros decían que era una lástima, porque era muy inteligente y no me esforzaba”, recuerda. “Pero me esforzaba”.
Cuando cumplió 23 años, un neurólogo diagnosticó el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y recetó un estimulante llamado Ritalin (metilfenidato). Sirvió de algo, pero a Guetta no le gustaba la idea de tomar medicamentos. “No quiero sentir que todos los días debo tomar algo para estar bien”, revela. “Solo quiero estar bien”.
En 2015, se inscribió en un ensayo clínico de la Universidad Ben-Gurión. Los doctores le pusieron en la cabeza un gorro con una bobina electromagnética y administraron pulsos magnéticos intensos, pero cortos, que generaron una ligera corriente eléctrica en el interior de su cerebro. A diferencia de la terapia electroconvulsiva —que provoca convulsiones al paciente anestesiado—, este tratamiento, conocido como estimulación magnética transcraneal, o EMT, rara vez ocasiona convulsiones y se aplica mientras el paciente se encuentra despierto. A lo largo de tres semanas, Guetta se sometió a media hora diaria de tratamiento, cinco días a la semana.
Guetta informa que la terapia la ayudó, y lo mismo dicen los médicos que han ofrecido el tratamiento como alternativa a los fármacos. Sin embargo, excepto por la evidencia anecdótica, las revistas científicas de revisión paritaria no han publicado ensayos clínicos rigurosos que confirmen su eficacia en el tratamiento de TDAH. Y la situación presenta un dilema ético a esos médicos: aunque han observado resultados positivos, ¿deben aguardar —posiblemente, años— para que publiquen dichos estudios e intervengan los reguladores, o pueden seguir ofreciendo un tratamiento que consideran provechoso?
Este cuestionamiento es relevante para los, por ejemplo, cerca de 6 millones de niños y 10 millones de adultos estadounidenses con TDAH. Según informes, al menos 15 por ciento de esas personas no mejoran con los medicamentos convencionales (casi siempre, estimulantes como metilfenidato) o bien, no toleran los efectos colaterales, que pueden incluir insomnio, ansiedad, pérdida del apetito, riesgos cardiovasculares y retraso del crecimiento. Otros, como Guetta, simplemente se niegan a tomar medicinas.
En 2007, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó el uso de EMT en pacientes con depresión que no respondían a los fármacos. Pero, en el caso del TDAH, “desconozco evidencia alguna que demuestre su eficacia cínica”, sentencia Joel Voss, profesor asociado de neurología en la Universidad Northwestern. Agrega que cualquier tratamiento ajeno a los descritos en ensayos clínicos sobre TDAH “serían poco éticos, sobre todo porque son muy costosos”.
Médicos entrevistados por Newsweek informan que las sesiones de media hora diaria pueden durar cinco semanas o más, y cuestan hasta 16,000 dólares en total. Y sin la aprobación de la FDA, las aseguradoras no cubren el EMT porque no está indicado como tratamiento para TDAH. Los doctores que desean ayudar a sus pacientes, a veces desesperados, tienen que valorar colecciones de datos que no han sido avalados por la profesión médica. A principios de este año, Brainsway —la compañía israelí que desarrolló el tratamiento de Guetta— publicó los resultados de un ensayo clínico de 53 pacientes adultos con TDAH, quienes presuntamente experimentaron beneficios “significativos”. Sin embargo, es difícil evaluar dichos resultados porque aún no se han publicado en una revista científica de revisión paritaria.
Rustin Berlow, psiquiatra principal de American Brain Stimulation Clinic en Del Mar, California, es uno de los especialistas que justifica el uso de EMT con base en las evidencias anecdóticas. Señala que los pacientes que había tratado por depresión informaron que EMT les ayudó a recuperar la atención. Desde entonces ha tratado a unas 100 personas con TDAH, y afirma que la mayoría ha mostrado cierta mejoría. Otro médico, quien pidió el anonimato, dijo a Newsweek que llegó a considerarse un “chamán” porque utilizó EMT en cerca de 30 pacientes, a lo largo de varios años. Al final, decidió estimular las regiones cerebrales que intervienen en la función ejecutiva —como control de impulsos y memoria de trabajo— mientras los pacientes practicaban ejercicios de “gimnasia cerebral” en una computadora.
“No contaba con datos para respaldar lo que hacía”, agrega. “No obstante, tuve la oportunidad de trabajar en una ‘clínica boutique’ donde mucha gente cubría los servicios por cuenta propia. Conocía a muchos pacientes desesperados y argumenté que, si teníamos la posibilidad de hacerlo y sabíamos que era segura, ¿por qué no aplicarla y aprender de la experiencia?”.
Aunque sus colegas se “burlaban” de su fe en la terapia, asegura que la mayoría de sus pacientes respondió al tratamiento. Pese a ello, con el tiempo dejó de administrar EMT para TDAH.
Voss y otros opinan que hay demasiados riesgos para justificar una estrategia experimental. Explican que mejorar el funcionamiento de una región cerebral puede tener consecuencias negativas para otras capacidades: un problema de especial preocupación en pacientes jóvenes, cuyos cerebros siguen desarrollándose.
“¡Por Dios, no hagas esto con los niños!”, escribió Voss en un correo electrónico. “Al menos, no sin un argumento neurológico tremendamente fuerte y una montaña de datos incuestionables que, por lo menos, demuestren que no les causarás daño”.
El tratamiento EMT no está exento de dolor, y algunos investigadores afirman que conlleva un pequeño potencial de convulsiones. Guetta compara sus sesiones con “un martillo que golpeaba mi cabeza”. Pese a ello, siguió adelante. “Fue absolutamente asombroso”, asegura. “Me sentí mejor persona, dispuesta a asistir a clases y escuchar; como si, ¡caramba! No soy una holgazana, después de todo”. Al menos para Guetta, los riesgos valieron la pena.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek