
Donald Trump rehizo al Partido Republicano a su imagen y semejanza. ¿Tendrá un costo para los republicanos? La contienda por el Senado de Arizona es la zona cero.
Un viento ardiente, como salido de una secadora de cabello, distorsionaba el sonido de los micrófonos mientras la representante por Arizona Martha McSally y la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, ocupaban sus lugares en un podio exterior en el desierto de Sonora. Eran los últimos días de mayo, y ambas estaban de pie bajo el calcinante sol en un terreno arenoso cerca de una sección del muro fronterizo de acero en Nogales. “Si ustedes cruzan la frontera ilegalmente con sus familias, tomaremos a los padres y los llevaremos a juicio”, dijo Nielsen mientras agentes estadounidenses separaban a padres e hijos provenientes de Tijuana, México, para enviarlos a McAllen, Texas. “Las personas parecen pensar que no debería haber ninguna consecuencia grave si tienen hijos”. Varias cámaras de televisión y un equipo de Univisión, la cadena hispanoparlante, grabaron la escena.
Como presidente del subcomité de Seguridad Nacional sobre las fronteras, McSally había invitado a Nielsen a reunirse con las “partes interesadas” de la frontera. Con el muro y unos cuantos rancheros con sombreros de vaquero como telón de fondo, y helicópteros de la patrulla fronteriza maniobrando en el cielo, Nielsen respondió una pregunta sobre las separaciones de familias, que apenas comenzaban a penetrar en el ciclo de noticias en Estados Unidos. Dijo que las familias que entraban a ese país contribuían a “la anarquía y la inseguridad en nuestras fronteras” y clasificó a los niños como noticias falsas. “En las últimas semanas”, dijo, “ha habido una enorme y deshonesta campaña de desinformación realizada por personas que no desean la seguridad de nuestras fronteras”.
McSally, de pie a un lado de ella, vistiendo pantalones vaqueros y botas, lucía apenada e incómoda. Aunque la conferencia de prensa estaba dentro de su ámbito como presidente del subcomité, además de darle la oportunidad de mostrarse dura en la denominada crisis fronteriza en su campaña para convertirse en la nueva senadora por Arizona, fueron los votantes del área de Tucson, que están principalmente a favor de los migrantes, quienes la enviaron a Washington. Así, cuando los reporteros le preguntaron sobre las separaciones de familias, ella se escabulló y envió a un asistente a acorralar a los medios detrás de las ventanas de un autobús de prensa de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos.
En tiempos políticos normales, una mujer con antecedentes de rudeza y de trabajo en la milicia con inclinaciones de centroderecha habría sido una candidata republicana invencible en Arizona. McSally fue la primera mujer en realizar un vuelo de combate (ella ayudó a vigilar las zonas de exclusión aérea en Irak en la década de 1990) y la primera mujer en comandar un escuadrón de pilotos de combate y bombarderos. Se retiró de la Fuerza Aérea en 2010, tras ganar una Estrella de Bronce y seis medallas aéreas. Su distrito la eligió como republicana moderada en 2014. Apoyó la ciudadanía para los jóvenes inmigrantes indocumentados conocidos como “Dreamers”, y más tarde se opuso a la campaña presidencial de Donald Trump.
Sin embargo, estos no son tiempos políticos normales. En 2018, el Partido Republicano pertenece a Trump. Durante su campaña, el presidente comenzó a rehacer a ese partido desde sus cimientos. Él rompió la ventana de Overton, es decir, el intervalo del discurso apropiado, y al hacer campaña a favor del nacionalismo y en contra de los liberales y los intelectuales, abrió la puerta a la llamada alt-right y a los teóricos conspiratorios marginales. Los seguidores del Partido Republicano, que alguna vez fue el sobrio partido de la responsabilidad fiscal y el conservadurismo, vieron incrédulos cuando fue electo, pero después se alinearon.
Y ahora, los republicanos están tan unidos a Trump como una mula a un erizo. Desde luego, el presidente ha alcanzado muchos de los objetivos de ese partido: recortes fiscales, desregulación y, muy probablemente, una Suprema Corte que pueda invalidar el veredicto de Roe v. Wade, que despenalizó el aborto inducido en Estados Unidos. Sin embargo, sus decisiones de política exterior han diezmado la postura a favor de la OTAN y de la coalición de los dos expresidentes Bush, y sus aranceles van en contra de las políticas tradicionales de libre comercio. Aun así, pocos republicanos que hagan campaña actualmente pueden manifestar públicamente su desacuerdo con él y sobrevivir a pesar de ello. No cuando Trump destripa a sus críticos en las redes sociales, ni cuando las encuestas revelan que 90 por ciento de los republicanos lo apoyan, incluso después de los divisivos encabezados sobre la separación de familias, aparecidos en junio pasado.
Si bien podría decirse que su influencia nativista ha convertido a ese partido en un lugar más feliz para candidatos racistas o marginales (por ejemplo, en Illinois y Virginia, su popularidad significa que incluso los candidatos moderados que se postulan para la elección intermedia deben moverse hacia la derecha para apaciguar a su base), apoyar a Trump no siempre significa una victoria, en especial cuando los candidatos tienen otros antecedentes; por ejemplo, el juez de Alabama Roy Moore fue acusado de mala conducta sexual y perdió en la contienda al Senado, pero la lealtad al presidente ha sido un factor decisivo para el Partido Republicano en las elecciones primarias de todo el país, desde Carolina del Sur hasta California.
Y más que cualquier otra cosa, es el programa de gobierno de Trump en relación con la inmigración lo que une a los votantes republicanos, lo que divide a Arizona y lo que redefine al Partido Republicano en esa nación. Los principales oponentes de McSally para la nominación por ese partido son Kelli Ward, osteópata, ex senadora del Estado y autodescrita como “una patriota estadounidense a favor de la construcción del muro y de detener la inmigración ilegal”, y Joe Arpaio, el controvertido ex alguacil y partidario de la línea dura con respecto a la inmigración que se volvió famoso en todo Estados Unidos por obligar a los prisioneros a llevar ropa interior de color rosado y a vivir en tiendas de campaña en el duro clima desértico de Arizona.
Mientras se acercaba el verano, McSally percibía algo más que el inédito calor de Phoenix en su postulación. En marzo pasado, Ward y Arpaio encabezaron un mitin de unidad de Trump en el norte de Phoenix, hablando ante una multitud repleta de miembros de grupos paramilitares y demás organizaciones que el Centro Legal para la Pobreza en el Sur caracteriza como grupos de odio. El Movimiento Patriótico AZ, de carácter antiinmigrante, organizó el evento. Sus miembros se distinguieron en el Capitolio de Arizona a principios de este año al gritar “¡Ilegal!” y “¡Váyanse a casa!” a las personas de color, entre ellas, un representante estatal de origen navajo.
McSally no asistió al mitin de unidad, pero estaba muy ocupada puliendo sus referencias a Trump. Ese mismo mes, no solo reafirmó su apoyo a la construcción de un muro entre Estados Unidos y México, sino que también refirió que sería necesario construir otro entre Arizona y California para “proteger a los arizonianos” contra las “ciudades santuario” del Estado Dorado. También retiró su nombre como copatrocinadora de leyes que establecerían un camino a la ciudadanía para los Dreamers y eliminó de su sitio web un video de YouTube en el que cuestionaba al entonces Secretario de Seguridad Nacional John Kelly sobre su seguridad si Trump daba fin al Programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés).
Con el espectáculo en la frontera, realizado en mayo pasado, la transformación de McSally parecía completa. En este momento, ella es la favorita para obtener la nominación republicana en la elección primaria, a realizarse el 28 de agosto. Los republicanos de la corriente principal invierten carretadas de dinero en anuncios que la muestran como partidaria de la línea dura en temas fronterizos, como aquel en el que una ominosa voz en off advierte sobre “miembros violentos de pandillas que nos ponen en riesgo a todos” mientras aparecen en pantalla escenas de agentes del Departamento de Inmigración y Control de Aduanas arrestando a hombres morenos sin camisa y cubiertos de tatuajes. Según informes, One Nation, una organización sin fines de lucro con sede en Virginia y que tiene relación con el Líder de la Mayoría del Senado Mitch McConnell y con Karl Rove, la mente maestra política de la era de George W. Bush, ha gastado 500,000 dólares en anuncios de McSally difundidos en todo el estado.
Mientras tanto, los partidarios de Ward contraatacan; las ondas de radio de Arizona han estado saturadas con preocupantes advertencias sobre una crisis fronteriza. En julio, el megadonante del Partido Republicano Robert Mercer inyectó medio millón de dólares en un supercomité de acción política para apoyar a la ex legisladora estatal. En uno de los anuncios del grupo se presenta a McSally como alguien que “nunca ha sido Trumpista” y que realiza “un trabajo actoral digno de Hollywood al fingir que apoya” al presidente.
Independientemente de quién gane, una cosa está clara: el nominado republicano, al igual que en muchas contiendas en todo el país, será moldeado a imagen y semejanza de Trump. El hecho de que esto pudiera ocurrir en Arizona, la piedra angular espiritual del conservadurismo moderno, es más que sísmico. Representa un claro repudio del tipo de republicanismo moderado que guió al partido nacional durante décadas y produjo los últimos dos intentos importantes para lograr una reforma migratoria amplia. Hace apenas cinco años, fueron dos senadores de Arizona, John McCain y Jeff Flake, quienes impulsaron al partido a comprometerse con la inmigración, con la esperanza de lograr una renovación política.
Actualmente, McCain, que se ha mantenido al margen por padecer cáncer cerebral, critica a Trump desde su rancho en Hidden Valley. Flake está a punto de jubilarse y pronuncia discursos en tribuna en nombre de un partido al que parece no importarle. Y los candidatos que buscan sucederlo difunden el tipo de retórica incendiaria a cuya condena dedicó toda su carrera. Para algunos republicanos, esta Trumpificación es un muy necesario choque eléctrico para un partido moribundo; McCain y Flake, afirman, están, desde hace mucho tiempo, fuera de ritmo con los conservadores, especialmente en el tema migratorio.
Pero para otros, todo esto tiene el tufo de la muerte política. Apenas 44 por ciento de los votantes registrados en Arizona aprueban el trabajo que realiza Trump como presidente. En encuestas recientes, se muestra que la representante demócrata Kyrsten Sinema tiene una ventaja de al menos siete puntos por encima de McSally, Ward y Arpaio en la elección general de noviembre. Una victoria la convertiría en la primera demócrata en representar a Arizona en el Senado en 30 años, y en el primer miembro de su partido en ganar en todo el Estado en una década. Ambos partidos consideran que ese escaño es muy importante para su control del Senado.
“Digamos que el orden establecido republicano logra que McSally gane la elección”, señala Rodd McLeod, estratega político demócrata de Arizona “Ella habrá dedicado el año anterior a alinearse intensamente con la derecha y tendrá que dedicar 10 semanas a tratar de decirle a la gente, ‘No, esa no soy yo en realidad’; Meryl Streep deberá tener cuidado”.
O quizá no habrá un jugador clave. En 2018, todo es Trump todo el tiempo.
Los demócratas esperan una “ola azul” en la elección intermedia, y encuestas recientes muestran que tienen una oportunidad, especialmente con los independientes escépticos de Trump y que se alejan del Partido Republicano. En noviembre, los demócratas enfrentan elecciones para obtener 26 escaños en el Senado; los republicanos tienen nueve. En la Cámara, que es, en cierta forma, más importante conforme avanza la investigación de Mueller y los demócratas claman por un juicio político, todos los escaños están en juego, y los demócratas necesitan arrebatar 24 de ellos a los republicanos para controlar la Cámara. Veinticinco escaños se encuentran en distritos donde Hillary Clinton ganó en 2016. Las oportunidades de los demócratas para apoderarse del Senado no son tan buenas, pero la contienda de Arizona pone a prueba al Trumpismo como en ningún otro lugar.
‘ES TRIBALISMO’
Arizona era confiablemente “roja” mucho tiempo antes de que se utilizara ese término para señalar al territorio republicano. Ese estado fue el hogar del Sr. Conservador en persona, Barry Goldwater. La última vez en que el estado apoyo a un candidato presidencial demócrata fue en 1996, cuando los votantes apoyaron a Bill Clinton. Phoenix y sus suburbios conservadores están repletos de conservadores de edad avanzada que viven en comunidades cercadas. Y Tucson es un punto azul en el sur. Pero el estado en su conjunto es una mezcla demográfica de diferentes tipos de conservadores: mormones corteses, veteranos, pandillas de motociclistas de la alt-right, libertarios y adultos mayores que se inclinan a la derecha, pero a quienes les preocupa su Seguridad Social y Medicare. Los votantes no afiliados a ninguno de los dos partidos principales conforman hasta 30 por ciento del electorado.
Al mismo tiempo, los arizonianos han elegido a varios demócratas notables para cargos que tienen que ver con todo el estado, en fechas tan recientes como 2006, con la ex gobernadora Janet Napolitano, que se convirtió en la Secretaría de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama. Actualmente, cuatro de los nueve miembros de la Cámara de Arizona son demócratas.
Los cambios demográficos han impulsado las plataformas de ambos partidos: Arizona tiene la sexta población votante de origen hispánico en Estados Unidos, con 31 por ciento. Y esta cifra aumenta rápidamente. Entre 2016 y 2017, el crecimiento de la población de origen hispánico del Condado de Maricopa fue el segundo más grande de toda la nación, después del Condado de Harris, en los alrededores de Houston.
Por ello, no es de sorprender que la migración siempre haya sido un tema dominante en el Estado, pero las actitudes varían considerablemente. Las encuestas muestran constantemente que dos tercios de los arizonianos se oponen a la construcción del muro. En ciudades fronterizas como Nogales y Arivaca, e incluso en Tucson, el distrito de McSally, es fácil hallar a residentes que han trabajado con migrantes, que hacen negocios al otro lado de la frontera y que apoyan o pertenecen a organizaciones como No More Deaths (No más muertes) y los Samaritanos, organizaciones humanitarias que dan medicinas e incluso alojan a migrantes deshidratados. También es fácil encontrar personas en el área fronteriza que dirán que han visto crisis peores que la que se menciona actualmente. Hace diez años, los residentes del pequeño poblado de Arivaca afirman que cada semana encontraban a cientos de migrantes indocumentados dando tumbos en las áridas tierras fronterizas. Actualmente, es raro ver a más de unos cuantos.
Sin embargo, a una hora de distancia hacia el norte en la carretera interestatal 10, que cruza Arizona antes de desviarse al oeste hacia California, el sentimiento político cambia según el terreno. Las tierras se hacen más planas, los cactus son menos abundantes. La cultura agrícola se ha marchitado en décadas recientes, reemplazada en las desiertas extensiones del Valle del Río Santa Cruz por dos complejos de color blanco, bien cercados y que parecen expandirse sin control: una prisión privada y un centro de detención para migrantes que entran ilegalmente al país. Más hacia el norte, en el populoso Condado de Maricopa, las comunidades para adultos mayores están llenas de personas a las que les preocupan los índices de criminalidad provocados por los migrantes y están a favor de la construcción de un muro. Y estas personas votan en grandes cantidades. Esto ha ayudado a dar impulso a la Legislatura, dominada por los republicanos, que aprobó uno de los proyectos de ley más estrictos y controvertidos de la nación: el SB 1070 exige a la policía que determine el estatus migratorio de cualquier persona arrestada o detenida con base simplemente en una “sospecha razonable”. Incluso McCain, el autodenominado disidente que se opuso al sector extremista de su partido, tuvo que seguirle el juego a la minoría amante del muro para ganar la reelección en 2010. (“Completen la maldita cerca”, dijo en un anuncio).
Mientras que Flake asumió una postura más moderada sobre la inmigración (él formaba parte de la “Pandilla de los ocho”, junto con McCain, la cual actuó como punta de lanza en un fallido proyecto de ley migratoria en 2013), navegó con éxito por esas aguas durante casi dos décadas, primero como congresista durante 12 años y luego en el Senado. Tuvo éxito, en parte, debido a que sus antecedentes conservadores en otras áreas eran sólidos como la roca. “Siempre hemos tenido a personalidades como Joe Arpaio, que impulsan fuertemente el tema migratorio desde la derecha”, dice Flake. “Pero siempre ha sido suficiente ser fiscalmente conservador y provida. Uno tiene un poco más de libertad con respecto a la migración”.
Entonces, Trump se postuló para la presidencia. Hizo campaña en Arizona siete veces, con llamados a “construir el muro” y elogios para el “comisario Joe”, a quien con frecuencia se le vio a su lado en el escenario. A los votantes republicanos les encantaba. Mientras la mayoría de los republicanos de Washington permanecían en silencio, Flake fue a la guerra, convirtiéndose en uno de los más feroces críticos de Trump. Tras la elección, escribió y publicó un libro, Conscience of a Conservative (La conciencia de un conservador), en el que recordaba cómo los trabajadores migrantes de la granja de su padre “trabajaban más duro que nosotros”.
“Entre las personas que crecieron en la zona rural de Arizona”, escribió, “es mucho más difícil evocar el rechazo a los migrantes que impulsa en gran medida la política en la era de Trump”.
En agosto pasado, Trump respondió de la misma manera. Durante un bullicioso mitin en Phoenix, atacó a Flake calificándolo como “débil en cuanto a la frontera, débil en cuanto al crimen”. En Twitter, aplaudió a Ward por su postulación en la elección primaria. Pronto el ex estratega político Steve Bannon apoyo a Ward, mientras las encuestas mostraban el rezago del senador en funciones.
Ocho semanas después del mitin en Phoenix rally, Flake anunció su retiro del Senado y pronunció lo que parecía un discurso en el funeral de un partido político que ahora lucía irreconocible. “Nunca debemos aceptar mansamente el diario hundimiento de nuestro país”, dijo, “los ataques personales, las amenazas contra los principios, libertades e instituciones, el flagrante desprecio de la verdad o de la decencia, las imprudentes provocaciones, frecuentemente por las razones más insignificantes y personales, razones que no tienen absolutamente nada que ver con los destinos de las personas que nos han elegido a todos nosotros para servirlas”.
Flake declaró a Newsweek que decidió no postularse de nuevo debido a que, dada su antipatía hacia Trump, no podía pedirles a sus partidarios que se alistaran como voluntarios para recaudar fondos para lo que seguramente sería una candidatura perdedora. “Anteriormente, cuando se preguntaba a los republicanos qué era lo más importante para ellos, respondían que los empleos y la economía. Ahora, si hacemos la misma pregunta a los votantes republicanos en la elección primaria, la respuesta es, ‘¿Estás con Trump?’ Eso lo consume todo. Es divisionismo. Es tribalismo”.
De hecho, el conservadurismo clásico de Arizona ha sido sacudido como si fueran los huesos blanqueados del ganado cerca de las vías del ferrocarril en el desierto. El estado no solo deja atrás una página en su pasado político, sino que ocurre lo mismo en todo Estados Unidos. Los cambios en Arizona representan no solo los cambios del Partido Republicano, sino también el futuro del país mismo. “Cuando la inmigración lo es todo, y el presidente hace que esté bien ridiculizar a los hispánicos o hablar mal de los mexicanos, permite que este nativismo latente pase a primer plano”, afirma Flake. “Y ciertamente podemos verlo ahora”.
‘POR FIN ENCONTRÉ A MI HÉROE’
Antes que Trump, estaba Arpaio. El autodenominado “alguacil más duro de Estados Unidos” pasó años deteniendo personas de origen hispánico con base en sus características raciales en el Condado de Maricopa y encarcelando por miles a sus presas. Perdonado por el presidente tras ser condenado el año pasado por desacato al rehusarse a detener esas prácticas, el alguacil, de 86 años, ve el inicio de un acto político final.
Actualmente, Arpaio está en tercer lugar, detrás de McSally y Ward, invirtiendo poco dinero y apoyándose en la publicidad gratuita que recibe gracias a su larga historia como figura en los medios de comunicación, una estrategia no muy distinta a la que Trump utilizó en 2016. Y con su enfoque común en la inmigración (además de haber nacido el mismo día, un hecho que a Arpaio le encanta destacar), su estrategia es directa: asegurarse de que todo el mundo sepa que él era Trumpy antes de que Trumpy fuera “cool”. “Hace dos meses, desperté a mitad de la noche, y comencé a pensar: todo el mundo habla de héroes: policías, bomberos”, dice. “¡Pero yo nunca tuve un héroe! Y me desperté y me dije a mí mismo, ‘Finalmente encontré a mi héroe, y es el presidente’. Y no me avergüenza decirlo”.
No está solo. La ceremonia del Día de los Caídos de este año en el Cementerio Nacional, en el norte de Phoenix, estuvo repleta de admiradores de Trump. Un campo de banderitas estadounidenses ondeaba junto a 80,000 tumbas militares. Los hombres llevaban camisetas que decían “Los veteranos antes que los refugiados”. Motociclistas patrióticos, con banderas de MIA/POW (Desaparecido en combate/Prisionero de guerra) en los manubrios, hablaban pestes de McCain, antiguo piloto de la Marina que pasó cinco años como prisionero de guerra en Vietnam del Norte. Veteranos de guerra con aparatos para la sordera y gorras rojas con las siglas “MAGA” (Make America Great Again, Recuperar la grandeza Estados Unidos) se enjugaban las lágrimas mientras una banda de la Marina interpretaba el toque de silencio.
Tom y Louise Reed acudieron a presentar sus respetos. La pareja considera que la presidencia de Trump fue ordenada por Dios y desean que se construya un muro fronterizo porque creen que existen campos de entrenamiento del grupo militante Estado Islámico en el desierto que rodea Tucson, dirigidos por terroristas de ISIS que se escabullen a través de la frontera. En general, añaden, los inmigrantes de Centroamérica y México son malas personas que “roban y engañan. Necesitamos orden, no caos”, dice ” Tom, que trabaja como camionero. Planea votar por Arpaio o Ward.
Cerca de ahí, Joseph Fihn, veterano de la Fuerza Aérea y propietario jubilado de un laboratorio médico, señala que no tiene ningún problema con los migrantes legales; él mismo ha empleado a varios mexicanos, pero piensa que un muro es una buena idea porque “no necesitamos que venga más gente, especialmente de la MS-13 [la pandilla salvadoreña].” Fihn tampoco se había decidido aún entre McSally y Ward.
Sin embargo, la historia de Arpaio también encierra una moraleja. Aun cuando Trump ganó Arizona y la presidencia en 2016, Arpaio perdió el cargo de alguacil que había ocupado durante un cuarto de siglo. Los progresistas, financiados con decenas de miles de dólares aportados por el multimillonario George Soros, además de muchos latinos enfurecidos, habían convertido a su derrota en una prioridad. “Nunca más seremos conocidos por la fama de una sola persona”, dijo la noche de la elección Paul Penzone, policía veterano que trabajo durante 21 años en la policía y contrincante del alguacil.
La salida de Arpaio se atribuyó al voto hispánico, pero de manera ominosa para los nativistas, en un análisis posterior realizado en el distrito se mostró que el apoyo a Arpaio se había hundido en áreas confiablemente republicanas.
‘ARIZONA PODRÍA VOLVERSE DEMÓCRATA’
En abril pasado, una demócrata llamada Hiral Tipirneni se postuló en una elección especial por el escaño vacante en el Congreso en el octavo distrito de Arizona, sede de una próspera comunidad de jubilados en Sun City. El voto adelantado se utiliza ampliamente en Arizona, y en el período previo a la elección, casi 60 por ciento de las boletas provino de votantes de 65 años o más. El terreno era considerado tan sólidamente republicano que los demócratas no habían presentado a ningún candidato desde 2012. Sin embargo, los líderes del Partido Republicano quedaron sorprendidos: aunque el candidato de su partido obtuvo el triunfo Tipirneni, una inmigrante indoestadounidense, mujer y médica, perdió por apenas seis puntos. Grupos republicanos externos han gastado más de un millón de dólares para defender un escaño en un distrito que Trump había dominado por 21 puntos.
El margen fue tan sorprendente que el analista político Dave Wasserman del Informe Político Cook, sin afiliación política, escribió en Twitter que un total de 30 a 40 escaños para los demócratas en la Cámara sería un cálculo conservador para la elección intermedia; el partido necesita obtener 24 escaños para ocupar la mayoría en noviembre. Mike Noble, analista político de Arizona, fue más contundente: el resultado fue notable porque los votantes de mayor edad del distrito generalmente son menos propensos a cambiar de partido que los independientes de Arizona. “Los republicanos no deberían pulsar el botón de pánico”, dijo en aquel momento . “Deberían estar golpeándolo con fuerza”.
Dado que la contienda fue una elección especial para completar lo que quedaba de un periodo en el Congreso, Tipirneni tendrá otra oportunidad en noviembre. Sentada en un Starbucks mientras los humidificadores para exteriores refrescaban a varios clientes de cabellos de plata, dice que los republicanos que han dejado de apoyar a ese partido la han invitado a hablar y han asistido a sus encuentros con el electorado. Incluso fue invitada a hablar ante algunos miembros de una megaiglesia del área evangélica (un acto que fue criticado más tarde por los líderes de la iglesia). “Ni siquiera se habló de Trump”, dice. “Hablaban acerca de la seguridad para la jubilación, la atención a la salud y la educación”. En cuanto a la inmigración y la crisis fronteriza, dice, “la gente no cree que un muro sea la solución. Es solo una idea conceptual que hace que las personas se sientan más seguras. Y no conozco a una sola persona que esté en favor de reportar a los chicos del DACA”. (El DACA, o programa de acción diferida para los llegados en la infancia, protege de la deportación a los jóvenes indocumentados que fueron llevados a Estados Unidos siendo niños).
Sin embargo, para muchos demócratas, el tema es el presidente.
“Trump me aterra”, dice Rich Sands, un conductor de Uber que vive en Fountain Hills y pasea a su perro todas las mañanas en un vecindario donde dominan los admiradores de Trump y Arpaio. “Lo que ocurre en Estados Unidos me aterra. Y Arizona puede volverse demócrata”.
Sands estaba de pie, en el edificio de la legislatura estatal de Arizona, esperando a que Kyrsten Sinema presentara sus documentos de candidatura para la contienda por el Senado. Él planeaba ofrecerse como voluntario. La congresista entró, vistiendo un vestido blanco con un estampado de colibríes. Su bien cuidado cabello rubio y sus labios pintados de rojo la hacían lucir como una estrella de cine de la década de 1950. La historia de Sinema también podría llevarse a la pantalla: creció siendo mormona, pero en una familia fragmentada; cuando su padrastro perdió el empleo, la familia vivió durante años en una estación de gasolina sin agua corriente. Ella se autodescribe como atea y como la primera mujer abiertamente bisexual del Congreso. También ha obtenido otros logros importantes: es triatleta, tiene estudios en Leyes y cuenta con una licenciatura. En 2010, la revista Time la incluyó en su lista de “40 de menos de 40 años”.
Al igual que McSally, ella se ha sometido a una transformación política: entró en la política como candidata del Partido Verde y sirvió durante tres periodos como demócrata en la Cámara estatal, donde se forjó una reputación como una ardiente activista liberal; encabezó una protesta con mexicoestadounidenses y marchó con Al Sharpton en oposición a la ley SB 1070. Se postuló por primera vez para el Congreso y ganó en 2012, derrotando a un republicano que la acusó de practicar “rituales paganos” sin ninguna otra prueba que su ateísmo. En dos años, ella era una de los dos demócratas apoyados por la Cámara de Comercio de Estados Unidos.
Su distrito, el noveno, es acomodado, principalmente blanco e ideológicamente dividido entre los liberales de la ciudad universitaria de Tempe y los conservadores del Condado de Maricopa. Se ha asegurado de apoyar la seguridad fronteriza, sin incluir la construcción del muro. Sinema fue una de los 24 demócratas que votaron a favor de la Ley Kate, un proyecto de ley de la era de Trump que castigaba a los extranjeros que volvían a entrar al país después de ser deportados. También hizo concesiones a Trump siempre que fue posible. Desde 2016, ha votado con el Presidente 60 por ciento de las veces. Al preguntársele si ese registro la distingue de alguna manera de los republicanos, responde: “Si el presidente sugiere una idea que es buena para nuestro Estado, yo la apoyaré”. Por ejemplo, dice, ha “trabajado junto” con Trump para aprobar proyectos de ley en ayuda de los veteranos. “Sin embargo, cuando el presidente sugiere algo que es malo para Arizona, como una guerra comercial con China, me opondré a él. Tomaré las cosas como vengan”. En un año animado por la antipatía liberal contra Trump, esa declaración de diplomacia hecha por una demócrata resulta sorprendente.
Sin embargo, Trump ganó en Arizona, y Sinema está decidida a jugar por el centro al disminuir las diferencias entre ella y sus rivales del Partido Republicano en temas como la migración. Mientras que algunas de las figuras principales del Partido Demócrata piden la desaparición el servicio de Inmigración y Control de Aduanas, ella afirma que ese organismo desempeña “una función importante”. También actuó a contracorriente de su partido al unirse a los republicanos para apoyar un proyecto de ley que otorgaba a las autoridades federales poder para detener y deportar a los no ciudadanos que viven en territorios dominados por pandillas. El lema de uno de sus anuncios: “Independiente, igual que Arizona”.
Aún en los casos donde hay diferencias claras con el Partido Republicano, Sinema utiliza una retórica que haría que Sean Hannity se sintiera orgulloso. Al preguntársele sobre la separación de padres e hijos, y si estaba de acuerdo con la valoración de Ward, que dijo que la práctica era “humanitaria”, Sinema afirma, “No, me opuse a ella cuando Obama la sugirió, y me opongo a ella ahora”.
Ese enfoque no carece de riesgos en un partido sediento de atacar a Trump. “Tengo serias dudas”, declaró a The Associated Press Steven Slugocki, dirigente demócrata del Condado de Maricopa. “Eso no quiere decir que no la apoyaré. La alternativa es mucho peor”.
Por ahora, esto parece rendir frutos. En una encuesta de CBS realizada a finales de junio, se encontró que Sinema derrotaría fácilmente a sus tres posibles rivales republicanos. Sin embargo, los analistas afirman que los demócratas no deberían dar nada por sentado. Entre 11 y 27 por ciento de los votantes que participaron en la encuesta afirman que no estaban decididos, que planeaban votar por un tercer partido o que no votarían en noviembre. Como se indica en FiveThirtyEight, una parte desproporcionada de estos votantes son republicanos, y es probable que se decidan conforme se acerca el día de la elección, una vez que hayan amainado los malos sentimientos de la contenciosa elección primaria. Dado que las encuestas muestran que ella encabeza el campo republicano, McSally espera ser la beneficiaria.
‘TENDRÁN QUE PASAR SOBRE MI CADÁVER’
McSally les contará a las multitudes en la campaña cómo ha asistido a proyecciones exclusivas de películas en la Casa Blanca y cómo recibe llamadas del presidente y de su personal. En la acomodada ciudad de Scottsdale. Recientemente, en el Club de Mujeres Republicanas de Palo Verde, contó cómo conoció a Trump durante una conferencia sobre atención a la salud y le hablo acerca del “enorme” jet Warthog que voló una vez. Desde luego, el remate del comentario tuvo que ver con la forma en que desairó a Obama. “Dije, ‘El gobierno pasado trató de convertirlo en chatarra, pero tendrán que pasar sobre mi cadáver para quitármelo, señor presidente”. El público le dio un aplauso ensordecedor, de acuerdo con reporteros.
Ese tipo de camaradería era inimaginable hace apenas dos años.
Cuando la tristemente célebre cinta de Access Hollywood salió a la luz antes de la elección de 2016, McSally tuiteó: “Los comentarios de Trump son asquerosos. Bromear sobre la agresión sexual es inaceptable. Estoy horrorizada”. También dijo que estaba “completamente en desacuerdo” con las amenazas de campaña del candidato de retirarse de la OTAN a menos que otros países comenzaran a pagar más por la defensa, e incluso criticó su estilo político, señalando que “es de esperar” que los estadounidenses puedan tener “una batalla de ideas sobre soluciones de políticas públicas para problemas complicados, y no un torneo de lucha libre”. Se ha rehusado a decir si votó por él en 2016.
Un mes después de la toma de posesión de Trump, McSally organizó una reunión con el electorado en la zona sureste de Arizona, donde criticó al nuevo gobierno y reiteró su oposición a la construcción del muro. “Algunas de sus decisiones y la forma en que las han implementado ciertamente no han estado bien coordinadas ni bien implementadas”, dijo, refiriéndose a la prohibición de viajar dirigida a los musulmanes. “Me preocupa que no haya una transición de la campaña al gobierno”. Al preguntársele si apoyaba la propuesta de Trump de construir un muro, ella dijo, “No un muro fronterizo continuo de más de 3,000 km, no”.
Sus rivales republicanos, e incluso sus partidarios, dicen que McSally no solo evoluciona, sino que está pulsando el botón de borrado siempre que le resulta posible. Los demócratas y algunos columnistas políticos de Arizona la llaman “McShifty” (“McCambios”). “Nadie de nosotros puede contar con que Martha mantenga una promesa de campaña, ya que ella hará cualquier cosa que la elite de D.C. le diga que debe hacer en ese momento”, dice el representante Paul Gosar, miembro del conservador Comité de Libertad en la Cámara, quien ha apoyado a Ward. “Lo he visto de primera mano”.
Al igual que los otros candidatos, McSally utiliza actualmente la crisis del consumo de opioides (en Arizona, se produjo un aumento de 74 por ciento en las muertes por opioides entre 2012 y 2016) para afirmar que un muro fronterizo impedirá que los traficantes de heroína pasen sus narcóticos a través de la frontera sur. Esa afirmación coincide con la que hizo Trump en su más reciente informe presidencial. Si bien es cierto que la mayor parte de la heroína que hay en Estados Unidos atraviesa la frontera con México, el fentanilo, que es un narcótico más difundido y mortífero, proviene de China y, con frecuencia, es enviado a través del Servicio Postal de Estados Unidos.
Sin embargo, para quienes mantienen una postura de línea dura con respecto a la frontera, McSally es débil. En el Congreso, ha copatrocinado proyectos de ley para ayudar a los beneficiarios del DACA. Pero en enero, tras decidir postularse para ocupar el escaño de Flake, probó un nuevo enfoque, quitándole importancia a la inmigración al tiempo que culpaba a los demócratas por mantener el tema en los ojos del público. Criticó a sus colegas del otro lado de la sala por “perder el tiempo” con el tema de la inmigración, declarando a Fox News que sus exigencias sobre el DACA equivalían a “tratar de sacar a la luz un tema que no se encuentra ni siquiera entre las 20 prioridades principales del pueblo estadounidense”.
Actualmente, dice que cualquier ayuda para los Dreamers debe ir de la mano con dinero para la seguridad fronteriza. “También he demostrado constantemente, con mis votos, mis palabras y mis acciones, que estoy dispuesta a apoyar una solución legislativa para la población del DACA”, escribió en un editorial para USA Today. “Pero cualquier solución debe combinarse con el arreglo de las causas fundamentales que nos hacen tener una población DACA en primer lugar. No podemos incentivar más inmigración ilegal y encontrarnos con la misma situación en el futuro”.
El Partido Republicano de Arizona es muy amplio y tan diverso como cualquier partido estatal en Estados Unidos, o quizás más, con una gran proporción de votantes de inclinación derechista pero oficialmente no alineados. Entre la población de adultos mayores y el creciente número de hispánicos en el Condado de Maricopa, los “millennials” de Tempe y Tucson, y los impredecibles independientes de las planicies, Arizona encierra en un microcosmos el pasado demográfico y el quisquilloso futuro del Partido Republicano en Estados Unidos. ¿Podrán todos ellos ser reunidos por el apasionado discurso partidista de Trump?
Por ahora, la postura de los republicanos es: sí, pueden hacerlo. Cuando el diario The Washington Post le preguntó recientemente sobre su “visible cambio a la derecha con respecto a la inmigración”, McSally pudo haberlo negado o incluso explicado cómo ha evolucionado su postura. En lugar de ello, respondió bruscamente con una frase del nuevo abanderado de su partido: “Noticias falsas”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek