
Se terminaron los dos fines de semana más esperados en el desierto de California. El festival de Coachella 2025 no solo dejó momentos musicales memorables con el regreso monumental de Lady Gaga, el performance sin filtros de Charli XCX, la presentación sin aplausos esperados para Misfits, o el debut de la música clásica con Gustavo Dudamel frente a la Generación Z. También dejó una estela menos glamorosa: la deudas de cientos de asistentes que gastaron mucho más de lo que podían pagar.
Cada año, el festival celebrado en Indio, California, se convierte en la pasarela primaveral más influyente de la música global. Asistir a Coachella ya no es solo cuestión de ver a tus artistas favoritos, sino de invertir en outfits de diseñador, vestuarios personalizados, y todo un ritual de consumo que incluye comida gourmet, cervezas artesanales, transporte privado, hospedaje en glamping o Airbnb, y por supuesto, merchandising exclusivo en costos nada moderados.
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De acuerdo con estimaciones de medios estadounidenses, el gasto promedio por persona ronda los 14,000 pesos mexicanos (alrededor de 800 dólares). Esta cifra puede subir fácilmente a miles más si se suman los gastos en transporte, ropa, hospedaje y experiencias premium.
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Los hospedajes en todo el Valle de Coachella -región que comprende las localidades de Palm Springs, Cathedral City, Palm Desert, Indio y Coachella- llegan a costar 800 dólares por noche en hoteles de carretera que usualmente serían destino de trabajadores sexuales y costarían menos de un octavo de su precio en cualquier otra temporada del año.
Sin embargo, el dato más preocupante es que, según un reporte de The Cut, el 60% de los asistentes no puede pagar su entrada de contado, por lo que utilizan el sistema de meses sin intereses que ofrece la organización del evento. Para acceder a este esquema, hay que pagar 41 dólares adicionales (unos 900 pesos mexicanos) solo por el derecho a diferir el monto.
La tendencia de financiar la experiencia festivalera no es nueva, pero ha crecido exponencialmente con el aumento en los precios de los boletos. Según The New York Times, muchos jóvenes que asisten a Coachella o eventos similares terminan con deudas fantasmas que afectan su historial crediticio. A esto se suma que algunos gastan no solo en un festival, sino en varios al año, todos financiados a meses.
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Este fenómeno tiene una raíz social profunda: la presión por proyectar estatus en redes sociales. Para muchos melómanos, asistir a Coachella se ha convertido en un símbolo de pertenencia y visibilidad. Así, la deuda pasa a segundo plano frente al contenido que se genera para TikTok, Instagram o YouTube.
Además de Coachella, otros festivales en Estados Unidos como When We Were Young, Lollapalooza, y Electric Daisy Carnival, han adoptado el modelo de pagos a plazos, conscientes de que el acceso inmediato a experiencias es más valorado que la estabilidad financiera.
Esta tendencia no es exclusiva de Estados Unidos. En México, festivales como Corona Capital, Tecate Pa’l Norte, o EDC también permiten el pago a meses sin intereses, dependiendo del banco y la etapa de preventa. Lo que antes era una estrategia para facilitar la compra, hoy se ha transformado en una forma de vida para los fans de la música en vivo.
Coachella no es solo un festival. Es un escaparate de consumo donde conviven marcas de lujo, influencers, y activaciones publicitarias que apuntan a un público dispuesto a endeudarse por vivir “el momento”. Los eventos generan un bombardeo multiplataforma para generar el FOMO (miedo a quedarse fuera), haciendo que todos quieran estar en un evento en que quizás no es parte de sus intereses, aunque se convierte en una experiencia aspiracional que alimenta tanto el algoritmo como el sistema financiero.
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Y por si lo necesitabas, en un par de semanas iniciará la preventa para la edición 2026 de Coachella ¿Necesitamos estar en todos los eventos? N