Mal empieza la semana para el que ahorcan en lunes. Este dicho popular se le puede aplicar al principio del sexenio de la presidenta Claudia Sheinbaum, pues el concierto nacional trae una serie de peculiaridades perversas imposibles de ignorar.
Por un lado están las cifras que dejó la administración pasada. El crecimiento fue el más bajo del periodo democrático, apenas de 1.1 por ciento anual, y un déficit en la relación ingreso-egreso del gobierno de más de 50 por ciento; es decir, el gobierno gasta 50 por ciento más de lo que recibe por impuestos y otros ingresos.
También tenemos un salario que ha aumentado 16 por ciento mientras el PIB per cápita solo ha crecido 2.5 por ciento. El PIB per cápita representa la productividad por habitante y debe relacionarse directamente con el incremento salarial; esto significa que, para mantener un equilibrio sano, si el salario se incrementa 10 por ciento el PIB per cápita deberá incrementarse por lo menos 10 por ciento también. Si la relación es de 16 contra 2.5 se establece un desequilibrio económico que tenderá a equilibrase quizá muy bruscamente.
Otro factor muy importante es el crecimiento de la deuda total, que pasó de 6 a 14 billones de pesos, por lo que creció más del doble en seis años. Si hacemos un comparativo, los ingresos se incrementaron 8 por ciento y la deuda aumentó 130 por ciento. Esta es la receta perfecta para una crisis económica. Esta crisis se planteó en el sexenio anterior, pero no se desató porque el déficit se financió con los ahorros creados en gobiernos anteriores; mas todo ese dinero ya se agotó.
Todo lo anterior establece la necesidad imperiosa de crecer en el terreno de la economía, y la presidenta Sheinbaum tiene en su marido una fuente de información importante al respecto. En efecto, su esposo es Jesús María Tarriba Unger, quien tiene un doctorado en física, maneja con soltura las ciencias exactas y ha dedicado su vida profesional a la asesoría financiera trabajando en Banamex y Santander.
Pero la presidenta Sheinbaum se ciñe al guion lopezobradorista y en su sexenio promete inversiones descabelladas, como la construcción de dos líneas ferroviarias, de alta velocidad, como parte de un ambicioso plan de 3,000 kilómetros de vías en su sexenio, lo cual requerirá financiamiento, pero sin ingresos ni reservas solo se podría apoyar con créditos.
Esto por el lado de los dineros. Por el lado de la seguridad, el recibimiento que el crimen organizado le dio a la presidenta no tiene precedente: Culiacán, con un gobernador presuntamente sumergido hasta el cuello en el narco y el enfrentamiento entre Mayos y Chapos, es una sucursal de infierno.
En tanto, en Chilpancingo decapitaron al presidente municipal a la semana de tomar posesión, y asesinaron a varios funcionarios. Y en Guanajuato suman muertes violentas día con día. Al 10 de octubre se superaban los 100 homicidios, y así, donde busque usted.
Como respuesta, la señora presidenta mandó a Omar García Harfuch a hablar con los gobernadores, pero el superpolicía no tiene elementos armados bajo su égida y depende, para tener efectivos, de la Guardia Nacional, que le obedece a su comandante operativo, el general Cortés Hernández, quien a su vez depende del secretario de la Defensa, el general Trevilla Trejo. De modo que lo más que puede ofrecer es interlocución con los cárteles.
La nueva estrategia de seguridad se ciñe a la receta que no funcionó en el sexenio pasado y que en el de Sheinbaum presagia otro aumento exponencial del crimen. El consuelo es que el crimen solo podrá crecer hasta controlar el 100 por ciento del territorio nacional.
En el terreno de la diplomacia estamos en otro bache. Dos de los países que tienen enormes inversiones en México tienen declarada una “pausa” unilateral en sus relaciones con nosotros. Me refiero a Estados Unidos, donde el discurso de los dos candidatos a la presidencia gira agresivamente contra México, y España, con la que nos buscamos una bronca gratuita exigiéndole que se disculpe por los crímenes de hace 500 años.
El embajador estadounidense se atrevió a advertir que la reforma judicial sería una fuente de desgracias para México, y lo mismo hizo el canadiense. La respuesta para el embajador de Estados Unidos fue: primero interrumpir la interlocución con el expresidente López Obrador, una interlocución que era directa y cordial; luego, en el nuevo gobierno se remitió al embajador a tratar con el canciller Juan Ramón de la Fuente. El embajador era un activo promotor de los negocios entre los dos países y esto atraía inversiones norteamericanas.
Es menester decir que el embajador Ken Salazar, hasta aquí, había tenido una excelente relación con el otrora inquilino de Palacio Nacional. Tanto que en su país se desarrolló la percepción de que estaba cuidando los intereses mexicanos y descuidando los estadounidenses. Además, cuando se atrevió a criticar la reforma judicial, no lo hizo de motu propio, sino siguiendo la línea de su gobierno, y dijo una verdad de Perogrullo.
La reforma judicial es la cereza envenenada que López Obrador dejó en el pastel del sexenio de Claudia Sheinbaum. Es cierto que el sistema judicial tiene serios problemas de corrupción y que hace falta una reforma que haga eficiente al sistema; pero esa reforma debe empezar por los ministerios públicos para que aprendan a integrar las carpetas de investigación.
La parte más eficiente y al mismo tiempo la más expuesta del sistema son los jueces, pues en cuanto a su eficiencia, la mayoría han concursado para el puesto y demostrado que tienen los conocimientos necesarios; y en cuanto a su exposición, cuando tienen un caso de alto perfil criminal, en ocasiones los sicarios del cártel inmiscuido se apersonan para amenazarlos de muerte.
Pero eso es lo de menos, lo importante es desarticular y por supuesto armar un desorden divertido. Así, el senador Fernández Noroña se apersona como gritón de la lotería y deja que la pérfida suerte destruya el escaso estado de derecho que teníamos. Con todo esto se compromete la gobernabilidad del país; así, la reforma puede hacer que nos reduzcan la calificación crediticia y eso sería fatal para nosotros.
Con España la nueva presidenta decidió refrendar el pleito de la disculpa. Una sinrazón que solo se le pudo ocurrir a la maestra Gutiérrez Müller. La presidenta Sheinbaum, en su discurso para justificar el enredo, refiere hechos históricos sesgados, pues ignora que la reina Isabel al reconocer la independencia de México envió una carta ofreciendo disculpas por los excesos cometidos en la Conquista. Pero eso es harina de otro costal. El asunto ahora es crear división y controversia sin un fin concreto.
No es tan extraño que la presidenta haga esto. Los argumentos de confrontación y las promesas espectaculares le funcionaron a su partido y captaron una mayoría de votos; pero la votación quedó atrás y ahora se impone la realidad.
En ella hay que levantar a un país que está en una situación delicadísima; pero la presidenta parece no darse cuenta; y como dijera aquel personaje cómico de los Polivoces, Don Teofilito: “Ni se percatará”. Así pues: mal empieza la semana para el que ahorcan en lunes; y cuando se desaten las consecuencias, los ahorcados, a fin de cuentas, seremos todos nosotros.
El Premio Nobel de Economía se les asignó a tres economistas: Daren Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson. Acemoglu y Robinson son coautores de un libro que versa sobre las diferencias entre países ricos y pobres y demuestra que para que un país logre el desarrollo es indispensable el equilibrio de poder a través de instituciones fuertes. Precisamente lo que el régimen recién inaugurado en México se obstina en destruir. N
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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.
